domingo, 19 de julio de 2015

LAS CANICAS ROJAS

Durante los años de la Depresión en EEUU, una época marcada por el hambre, yo solía ir a menudo a una granja donde encontraba productos frescos. Un día, el señor Roberts estaba atendiendo a un niño frágil y con la ropa limpia pero muy desgastada. El pequeño no apartaba la vista de unos guisantes que había en el mostrador y Roberts le dijo: «¿Te gustaría llevar algunos a casa?». El niño declinó la oferta: «No tengo dinero, sólo mi canica más valiosa». Pero el granjero le entregó una bolsa llena de guisantes, diciéndole: «Es muy bonita, pero a mí me gustan las rojas. Llévate esto y, la próxima vez que vengas, tráeme una canica roja». 
Según me explicó la señora Roberts, su marido siempre hacía eso con los niños más pobres del pueblo y, cuando volvían con la canica roja, les daba más comida y les pedía una de otro color. Años después, cuando Roberts falleció, asistí a su funeral y vi a tres hombres jóvenes muy bien vestidos que se acercaron a darle un cariñoso abrazo a la viuda. Eran tres niños a los que el granjero ayudó, que venían a «pagar» su deuda. La señora Roberts levantó los dedos sin vida de su esposo y debajo había tres canicas rojas. No olvidéis esto: no seremos recordados por nuestras palabras sino por nuestras acciones.


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